jueves, 30 de abril de 2009

Compañera

Aquel día me levanté temprano aunque, como siempre, el sol se me había vuelto a adelantar. Subí las persianas y la luz, ávida, como si hubiese estado toda la noche esperando ese momento, penetró por las ventanas iluminando así las diferentes estancias de la casa.

Cuando salí a la calle descubrí, a mi lado, impasible, una nueva compañera, de tez oscura y textura camaleónica. Al principio parecía tímida, distante, un tanto fría, pero allá donde iba me seguía con su mutismo. A medida que pasaba el día fue floreciendo la confianza, poco a poco, nos íbamos acercando cada vez más. Unas veces iba a mi derecha, otras aparecía por mi izquierda, a veces nos enfadábamos y se ponía detrás de mí, pero rápidamente me adelantaba para volver a jugar.

Iba cayendo la tarde, y, como el cielo, nuestra amistad se enfriaba progresivamente. Allí estábamos los dos, callados, paseando a la luz de la luna, recordando los buenos momentos que habíamos pasado juntos, pero cada vez más lejos. Su silueta, oscura, deforme, se alargaba para fundirse con el horizonte.

De pronto, una nube negra apareció en el cielo. Era grande, enorme, de contorno abrupto. Se acercaba desafiante hacia la luna. Nadie hizo nada por evitarlo. Aquella atroz masa, sin dudarlo ni un solo instante, se llevó a la inocente luna y, con ella, a mi breve compañera.

Nos hemos visto otras veces desde aquel día, pero ya no es la misma de antes. Sus movimientos, lánguidos, lentos, torpes, poco se parecían a los que guardo en mi memoria. No hablamos de ello, pero yo se que aquel día, algo en su alma desapareció con la luna. Nos despedimos siempre con los últimos rayos de sol, desde aquel día tiene miedo a la oscuridad...

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