Cae la noche y con ella el telón que cubre con recelo los
más oscuros pensamientos. Las estrellas, tímidas, se asoman por la ventana
nostálgicas de tantas noches en vela. Sentado al piano, acompañado únicamente
de miles de recuerdos que helaban su alma, sus manos comenzaron a hablar… Recordaron
aquella piel que se fundía entre sus dedos, el aroma que embriagaba sus emociones cada noche, el calor del aliento sobre su cuello, un alma que le abrazaba… Hablaban de encuentros furtivos, de silencios ensordecedores, verdugos desarmados jugando a ser Eros; un beso apasionado, una mirada clavada
en la pared, tantos deseos reprimidos... Las palabras fueron tornando excusas,
disculpas, envolviendo la sala con su sonoridad, ruegos, llantos, tan desgarradores que parecían inaudibles, lamentos, reproches, rabia... hasta convertirse en un grito. Un grito desesperado
pidiendo ayuda, un grito ahogado por el silencio que le responde, un grito que
le anudaba la garganta dejándole sin respirar…