miércoles, 7 de marzo de 2012

Algor mortis

Aquel pasillo por el que había caminado minutos atrás pasaba ahora por delante de sus ojos, alejándose, cada vez más rápido, como si huyese despavorido. Intentaba fijar la mirada en las pocas personas que ahora lo transitaban como si así pudiera detener el tiempo aunque fuera un instante, pero nada podía evitar lo inevitable. Sentía cómo su corazón se aceleraba a medida que una intensa negrura invadía el lugar. El tren abandonó la estación adentrándose en el túnel. El vagón quedó entonces inmerso en un silencio roto solamente por las hojas de periódicos al pasar.


De pronto, como si alguien hubiera pulsado un interruptor en su interior, tomó consciencia de dónde estaba. Volvía a casa tras un duro día de trabajo. Era su primer día como residente de medicina. Había estado los seis últimos años de su vida estudiando multitud de enfermedades, leyendo libros que describían todo tipo de patologías; graves unas, otras más leves y algunas incluso inexplicables. Pero nada podía semejarse a la realidad. Acababa de morir, tan sólo unas horas antes, su primer paciente. El tiempo se había parado en aquel instante en el que el monitor mostraba lo que más temía. Se estremeció al recordar lo rápido que un cuerpo se enfría cuando deja de latir.