No somos más
que eso, polvo estelar, reminiscencias del pasado vagando por el presente en
busca de un futuro incierto…
Y es que, cada átomo de nuestro
cuerpo formó parte de una estrella en el pasado. Un astro que en la comunión de
sus átomos encontraba la energía para, impasible a cuanto le rodeaba, brillar
con luz propia y orgullosa… Nada más importaba. Su magestuosidad era reconocida por todo eluniverso. Fue creciendo más y más,
aumentando su avaricia de luz y plenitud. Hasta que un día llegó a ser una
gigante roja, alcanzando un diámetro que jamás hubiera soñado en etapas más
tempranas; pero el hidrógeno se agotó. Su energía fue descendiendo tanto como
su temperatura convirtiéndose en una enana blanca, una estrella vieja, enferma
que tarde o temprano acabaría por explotar en una nova…
Tras la explosión los átomos
viajaron por el espacio vacío y frío, recordando con anhelo los millones de años
que compartieron con sus compañeros, aquellos años de brillo habían llegado a
su fin. La travesía fue larga, tanto que la esperanza de volver a reunirse en un cuerpo centellante se hizo tan diminuta como su tamaño. Su periplo les llevó a formar parte de otros astros, incluida la
tierra. De esta forma, el polvo estelar liberado, llegó a formar parte de
nuestro planeta, nuestros seres, nosotros….
En cada uno de nosotros yace lo que antaño fue una estrella,
un cuerpo celeste con luz propia que aún sueña con encontrar la parte que le
completa y así poder brillar…