lunes, 1 de junio de 2009

Rumores

Ya hacia varias horas que el sol se había marchado por el horizonte para iniciar un largo viaje del que quizá nunca regresara. Fuera, las estrellas governaban el cielo ahora de color negro; quizá de luto porque sabía que el sol jamás iba a volver... Por la ventana se filtraban tenues rayos de luz porvenientes de la luna, que esa noche estaba llena, dibujando etéreas siluetas en las viejas paredes de la casa. Yo estaba ahí, sentado en un taburete de madera con una pata algo más corta que el resto lo que le hacía tambalearse ligeramente cuando me movía. El viento traía rumores de lugares lejanos, más allá de las montañas, de los que jamás oí hablar. Sin embargo sus descripciones eran tan nítidas que me podía ver paseando por aquellos parajes, divisando criaturas exóticas a pesar de la oscuridad que me rodeaba.

¡Pom! El taburete golpeó el suelo y de pronto paró el viento. Un ligero aroma a hierro recorrió la estancia provocándome un escalofrío por todo el cuerpo. No podía moverme, no podía pedir ayuda, tan solo pude ver como con los primeros rayos de sol vino la eterna oscuridad...

martes, 12 de mayo de 2009

Un día cualquiera

Suena el despertador. Son las ocho menos cuarto. El sol aún duerme pero yo debo levantarme. Como todas las mañanas lo primero que hago es darme una ducha con agua bien caliente, tanto que el vapor me impide ver mas allá de mi brazo. Salgo con el cuerpo totalmente rojo por el calor, me visto y voy a desayunar. En el armario un bote de colacao, una caja de cereales y varios paquetes de galletas. Hoy toca cereales, con leche fría. Bajo a la calle, por las escaleras siempre, dando saltos entre piso y piso. En el portal una mujer limpia con esmero la puerta de la calle, "Buenos días". Nunca pierde la sonrisa. Cruzo la calle y entro por una puerta verde a lo que podría ser una guarida subterránea de algún superhéroe. Bajo tres plantas y tras cien metros, ahí esta mi coche. Le doy los buenos días a mis compañeros de viaje, arranco, enciendo el mp3 y pongo rumbo a la facultad.

Hay poco tráfico esta mañana por lo que llego en apenas veinte minutos. Los coches están aparcados por todas partes, hasta en los pasos de cebra. Yo, como siempre, dejo el coche en el parking. Cojo mi mochila y empiezo a andar, con un poco de pereza, hacia la facultad. Tan solo tengo que cruzar una calle para llegar. En la calle no hay gente, tan solo coches y silencio. Miro el móvil y me cercioro de que hay clase. Es martes, no hay fiesta, no entiendo nada.

Entro en el edificio y nada más entrar un desagradable olor me golpea con fuerza. Casi me tira al suelo. Tampoco veo a nadie dentro, tan solo puedo intuir un sonido como de un grifo abierto que no para de gotear. Sigo el ruido con la sudadera puesta en la nariz a modo de filtro. Parece que viene de la biblioteca. El olor se intensifica y ahora puedo oír varios grifos gotear. Por debajo de la puerta sale un liquido rosáceo, ¿qué está pasando?. Entro y descubro que lo que sonaban no eran grifos, toda la biblioteca estaba inundada. La gente parecía indiferente ante la situación. El líquido rosado recubría toda la superficie de la amplia sala, bajaba por las escalera, por las barandillas (ese era el goteo que escuchaba)... estaba por todas partes.

Más tarde comprendí lo que había sucedido. Aquel líquido no era otra cosa más que cerebros derretidos.

jueves, 30 de abril de 2009

Compañera

Aquel día me levanté temprano aunque, como siempre, el sol se me había vuelto a adelantar. Subí las persianas y la luz, ávida, como si hubiese estado toda la noche esperando ese momento, penetró por las ventanas iluminando así las diferentes estancias de la casa.

Cuando salí a la calle descubrí, a mi lado, impasible, una nueva compañera, de tez oscura y textura camaleónica. Al principio parecía tímida, distante, un tanto fría, pero allá donde iba me seguía con su mutismo. A medida que pasaba el día fue floreciendo la confianza, poco a poco, nos íbamos acercando cada vez más. Unas veces iba a mi derecha, otras aparecía por mi izquierda, a veces nos enfadábamos y se ponía detrás de mí, pero rápidamente me adelantaba para volver a jugar.

Iba cayendo la tarde, y, como el cielo, nuestra amistad se enfriaba progresivamente. Allí estábamos los dos, callados, paseando a la luz de la luna, recordando los buenos momentos que habíamos pasado juntos, pero cada vez más lejos. Su silueta, oscura, deforme, se alargaba para fundirse con el horizonte.

De pronto, una nube negra apareció en el cielo. Era grande, enorme, de contorno abrupto. Se acercaba desafiante hacia la luna. Nadie hizo nada por evitarlo. Aquella atroz masa, sin dudarlo ni un solo instante, se llevó a la inocente luna y, con ella, a mi breve compañera.

Nos hemos visto otras veces desde aquel día, pero ya no es la misma de antes. Sus movimientos, lánguidos, lentos, torpes, poco se parecían a los que guardo en mi memoria. No hablamos de ello, pero yo se que aquel día, algo en su alma desapareció con la luna. Nos despedimos siempre con los últimos rayos de sol, desde aquel día tiene miedo a la oscuridad...

martes, 28 de abril de 2009

Insomnio

Todo parece confuso, los rostros se desvanecen y aparecen a su antojo, los colores cambian como si de un camaleón ocultándose del peligro se tratase, las figuras realizan movimientos imposibles, el tiempo pasa deprisa, sin poder fijarme en un solo detalle durante más de un segundo. Todo lo que puedo percibir son esos ojos, unas veces verdes, otras azules, de repente turquesas, infinitos, tornan color avellana para desaparecer de nuevo. Me miran, sonríen, parecen insinuarse, pestañean, desafiantes, no paran de moverse, los sigo allá donde van...

Un grito apaga la noche. Confuso, pero consciente, me incorporo para comprobar que todo a mi alrededor esta quieto. Los primeros rayos de sol asoman por la ventana dibujando en la pared la delgada silueta de una conocida figura. Su presencia me tranquiliza, es mi fiel compañero. Aunque no tiene ojos se que vela por mí. Ya no duerme, una obsesión se apodera de él cada noche...

domingo, 26 de abril de 2009

Nescencia necat

Hacía frío, un frío que se apoderaba de mi cuerpo y lo atenazaba impidiendo casi cualquier movimiento. En la oscuridad de la noche se podía oir la tímida conversación entre unos árboles tullidos quizá por un rayo... Había muchos más, algunos presumian orgullosos de sus gruesas ramas pobladas por cientos de hojas verdes, otros menos robustos y con las ramas casi desnudas miraban al suelo queriendo pasar desapercibidos, otros observaban atónitos mi paso por su hábitat, otros simplemente dormían...

Mis piernas caminaban casi por inercia, sin rumbo fijo. No sabía a dónde me dirijía pero algo en mi interior me hacía andar en esa dirección. Tenia la sensación de estar andando en circulos pero pronto me di cuenta que estaba equivocado... Ante mis ojos se erguía una monstruosa silueta de piedra, fría, con forma humana pero rasgos perversos (diría que casi demoníacos), tallada tan minuciosamete que parecía tener vida. Doblaba en altura a la mayoría de los árboles a los que miraba por encima del hombro con desprecio.

Instintivamente saqué de mi bolsillo una piedra con forma de estrella. Nos miramos fijamente. En su interior podía leerse una frase en latín: "nescencia necat". No sabía que quería decir pero sabía que tenía que ver con aquella colosal criatura de piedra. Me acerqué un poco más y justo en lo que parcía ser su pierna se intuía una abertura con forma de estrella. Comprobé la piedra que sostenía entre mis manos a la vez que la sobreponía en aquel orificio. Encajaban a la perfección.

Pude oir como la piedra se fusionaba con lo que parecía ser su hermana mayor. Acto seguido sentí un escalofrío por todo el cuerpo que me paralizó por completo. Algo no iba bien, aquella monstruosidad petrea me miraba fijamente, amenazante. Entonces me di cuenta, ese era el final. Clavé mi mirada en sus ojos ahora rojos y pude ver como me leía el pensamiento. Lo último que recuerdo es su sonrisa...

Ahora sé lo que querian decir esas palabras, pero ya es tarde.

jueves, 23 de abril de 2009

Miradas al amanecer


Son las siete de la mañana, suena el despertador, ¿Qué ocurre? ¿y la chica de ojos claros? Debió ser un sueño... Apago el móvil y me doy meda vuelta en busca de sus ojos (que aún puedo ver...) Otra vez la alarma, ahora lo recuerdo todo, yo la puse anoche... Me ducho aun con los ojos cerrados, a ver si con suerte aquellos ojos me vuelven a mirar. Me visto y cojo un paquete de galletas para desayunar por el camino.

La luna brilla sobre el cielo oscuro como guiando a los errantes que vagan sin luces. Empiezo a ascender, allá a lo lejos la oscuridad deja paso a una tenue luz rojiza que, tímida, se va abriendo paso entre las nubes. El aire es frío y mis manos, celosas del horizonte, se tornan rojas.

Ya son las siete y media y ahí me encuentro yo, sentado en el suelo cámara en mano ante tal espectáculo. La tímida luz roja empieza a ascender con más confianza, diría incluso que desafiante, pues esconde un as en la manga. Los primeros rayos impregnan mi retina hasta casi solapar la aun presente imagen de unos ojos cristalinos.

Son las ocho de la mañana y una ráfaga de gélido viento me hace despertar de mi estupor. Medio aturdido me doy cuenta de donde estoy, en lo alto de un cerro, sentado con mi cámara, iluminado por la luz que ahora se ha tornado blanca. He grabado ese momento para la eternidad en un disco duro de cuarenta gigas. Pero no puedo olvidar esos ojos, los cuales también tengo grabados en mi retina, igual que si estuviesen tatuados...

86400

Hace tiempo vengo observando que la vida es algo más de lo que vemos. No hay dos días iguales, ni siquiera dos segundos son iguales. Siempre hay detalles, menudeces que engrandecen el más pequeño espacio de tiempo convirtiéndole en protagonista por unos instantes, o para toda la vida.

Hace tiempo vengo observando que en la vida hay más cosas que merecen la pena de las que nos pensamos. Que en cualquier momento puedes encontrar algo que te impresione, que te ilusione, que te haga sonreír sin saber porque... Tan solo hay que saber buscar, o simplemente querer encontrar.

Hace tiempo que vengo observando que la mejor forma de disfrutar la vida es hacerlo sin más, disfrutar de todo aquello que nos haga sentir especial. Un atardecer, una buena comida, una flor, un olor, una compañía agradable, una caricia, un beso, una voz... Todo vale.

Hace tiempo que vengo observando que la vida no son mas que 86400 segundos al día llenos de detalles, y que esos detalles hacen nuestra vida...

Hace tiempo que vengo disfrutando de todos y cada uno de los detalles que me rodean. Soy feliz.