lunes, 22 de febrero de 2016

Tormenta eterna




Aun no recuerda cuando empezó a cambiar, ni si quiera recuerda quien había sido si es que alguna vez fue alguien… Como una gota de agua en una cascada su vida aceleraba su paso de manera vertiginosa, con una inercia incontrolable, incapaz de ver cuanto le rodeaba, incapaz de sentir su propio ser, incapaz de entender más allá de lo obvio, que no había retorno… Frío, humedad, oscuridad, todo daba vueltas sin sentido ni un rumbo fijo. A lo lejos quedaba la calma de aquellos ingenuos años en los que el sol aún bronceaba su piel.  

Siempre le había gustado pararse a pensar, de vez en cuando, ralentizar todo cuanto le rodeaba y dejar brotar aquello que sentía en un texto o en una melodía de su piano aunque, a veces, esa palabras, esas notas sólo tuvieran sentido en ese preciso instante y ulteriormente se convirtieran en un recuerdo vacío mas… Sin embargo tenía la sensación de que últimamente el tiempo no le daba tregua, se burlaba de él cada día, las horas se hacían efímeras y los segundos interminables; vivían en una competición que había perdido antes de comenzar. Los años iban pasando haciendo de él un espectador de su vida como si de una película se tratase, o uno de estos sueños en los que te ves en tercera persona. Apenas podía  detenerse a ver el tiempo pasar, se movía por la inercia que mueve a los objetos en el espacio perdidos en el vacío… 

Frío. Sentía frío por todo su cuerpo pero sobre todo en sus manos. Las mismas manos que otrora habían acariciado tantas pieles, tantas teclas… No paraba de repetirse que el frío no existe, que no es más que la ausencia de calor igual que la oscuridad es a la luz o la muerte a la vida… Sin embargo esto no le hacía sentirse mejor, se culpaba por vivir en una contradicción eterna, enfrentando la suerte a las matemáticas, la física a la vida, los sentimientos a la química, el amor al sexo… En su mente los pensamientos lidiaban una batalla eterna, una lucha encarnizada por aflorar a lo más consciente de su ser sin éxito. Le surgían miles de pensamientos cada segundo que apenas brotaban mutaban y se convertían en aberraciones jamás imaginadas que su mente trataba de esconder. 

Entonces, de repente, una luz se encendía en su interior. Una fuente de calor que detenía el tiempo y le hacía abrir los ojos. El río volvía a estar en calma, sus manos calientes, la estadística sucumbía a la suerte de tener tanto amor a su alrededor. Todo le parecía ahora una pesadilla lejana a la que temía volver al cerrar de nuevo los ojos. Y es que quizá la vida, su vida, sea eso; momentos de calma envueltos en una tormenta eterna.  
 

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