Negras,
densas, amenazantes, en el cielo las nubes tapaban en silencio al sol; el mismo
que, no hace mucho tiempo, calentaba sus pieles ahora frías. En la calle todo
parecía como siempre, tranquilo, insignificante; con la misma inercia de cada
tarde sus pies recorrían el camino que algún día fuera desconocido… Pero algo
había cambiado, ahí estaba ella, de pie, esperándole con la sonrisa
perdida y los ojos callados.
El tiempo
pareció detenerse, retroceder, avanzar de nuevo vertiginosamente hasta quedar
suspendido en un instante que nunca había sucedido. En ese momento todo a su
alrededor empezó a desaparecer, poco a poco sus pies se alejaban del suelo, el
ruido ensordecedor de aquellos llantos ahogados dejó de escucharse, hasta el
cielo creyó despejarse dejando pasar los rayos de un sol marchito…
Durante ese
tiempo rieron, hablaron, vieron pájaros permanecer inmóviles en el aire, comieron,
callaron, contaron las hojas de los árboles, sintieron, bebieron, olieron
recuerdos del pasado. Nada parecía importar, ni siquiera los saltos de aquel
perro que quería llamar la atención de su dueño, ni tampoco el niño que paseaba de la
mano de su madre con un helado en la otra, radiante, feliz…
Una nube
dejó caer una gota de agua que, tímida, se posó entre sus rostros, de repente
el viento comenzó a soplar arrastrando aquella ilusión a su punto de partida;
el cielo volvió a oscurecerse, las calles a llenarse de coches, gente paseando
sin rumbo. Sus miradas se atravesaban sin cruzarse en ningún punto como dos
líneas paralelas condenadas a vagar en soledad sabiendo que jamás
coincidirán...
Es curioso como hasta lo más hermoso del mundo se vuelve amargo cuando lo pruebas por última vez; quizá sea por eso por lo que guarda con celo en una caja aquellos rayos de sol que otrora calentaran sus manos...
Y ya ¿no volverán a reír, hablar, ver pájaros permanecer inmóviles en el aire, comer, callar, contar las hojas de los árboles, sentir, beber, y a oler recuerdos del pasado?
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